¿Es igual una clase presencial que una online? ¿Se aprende lo mismo? ¿Cuál es mejor y por qué?
La situación que se nos presentó el
pasado marzo nos ha obligado a buscar una forma de reinventarnos en todos los
ámbitos, como ha sucedido en multitud de empresas, que decidieron establecer el
teletrabajo como forma de salir adelante con el mínimo de pérdidas posible. Es
tal la incidencia que ha tenido en nuestro país, que las cifras han aumentado
del 5% al 34%. Sin embargo, el que la mayoría de estudiantes experimentamos
casi a diario es el de las clases online.
Está claro que una clase presencial no es para nada parecida
a una online.
El problema está en que, mientras
que el contenido se mantiene, las estrategias han de cambiar. Y al igual que
muchos profesores no saben cómo manejar la situación, es posible que haya algún
alumno que tenga dificultades para acceder a un dispositivo o a una red de wifi
estable.
Además, no podemos establecer una
relación estrecha con los profesores como haríamos en directo, y el entorno que
se genera en clase puede hacerte engancharte a esta, porque quieras o no, te
sientes obligado a estar atento, aunque no estés interesado en la asignatura.
Sin embargo, en casa, muchas personas no se sienten suficientemente motivadas
como para conectarse a clase y optan por no hacerlo, ya que no se sienten tan “presionados”
por seguir la clase como lo harían presencialmente.
En conclusión, las clases online
me parecen una buena alternativa a las presenciales. De hecho, me gusta
bastante el sistema que ha adoptado el instituto como solución a la
imposibilidad que poder estar la clase al completo presencialmente, porque creo
que el equilibrio entre ambas es la clave. A pesar de ello, creo que es muy
importante que el profesorado sea flexible, ya que, no todos disponemos de una
cámara o micrófono, a todos se nos puede ir el wifi unos minutos e incluso
bloquear el ordenador.
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